domingo, 26 de febrero de 2012

Esa "escuela de danzantes" que llamamos Cuaresma - Cap 2/6


CAMBIASTE MI LUTO EN DANZA' (Sal 29 (30), 12)
PRIMER DOMINGO DE CUARESMA - Cap. 2/6
Esa "escuela de danzantes" que llamamos Cuaresma

Autora: Dolores Aleixandre - Teóloga

1. El desierto de las tentaciones (Mt 4,1-11).
La danza de lo ex-céntrico

Para entender mejor el texto de las tentaciones y qué es lo que hay en él de ex-céntrico, necesitamos leer lo que le precede y lo que le sigue:
Su contexto inmediatamente anterior es el del bautismo de Jesús en el Jordán:
"Jesús, una vez bautizado, salió en seguida del agua. En esto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Se oyó una voz del cielo: -Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto." (Mt 3,16-17)

Y el texto que sigue a las tentaciones es éste:
"Al enterarse de que habían detenido a Juan, Jesús se retiró a Galílea. Dejó Nazaret y se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte, una luz les brilló. (Is 8, 23-9,1). Desde entonces empezó Jesús a proclamar: -Convertíos, que ya llega el reinado de Dios" (Mt 4,12-17)

La escena del bautismo, Jesús escucha la voz del Padre. Se trata del principal momento teofánico de su vida, junto con la transfiguración. Mateo se sirve de ellos para proclamar que la identidad de Jesús consiste en ser el Hijo amado del Padre. Esa es su identidad y en ella se le revela que su "código genético" consiste en ser el Hijo, el amado, el predilecto del Padre, el objeto de su complacencia. Y podemos entender su marcha al desierto movido por el Espíritu, como una necesidad imperiosa de "procesar" en el silencio y en la soledad esa revelación, de hacer sitio en su interioridad al deslumbramiento y al asombro. El significado del desierto no es prioritariamente el penitencial. "La llevaré al desierto y le hablaré al corazón" había dicho Oseas (2,16), convirtiendo el desierto en un lugar privilegiado de encuentro personal y de escucha de la Palabra. Jesús es conducido a él para acoger la Palabra escuchada en su corazón en el momento de su bautismo. Hablando desde nuestra psicología, podríamos decir que necesitaba tiempo para asentar en los cimientos de su ser una Palabra que le des-centraba para siempre de sí mismo y le situaba a la sombra de la ternura incondicional de Alguien mayor.
Los evangelistas presentan su estancia en el desierto como un tiempo de lucidez, haciéndonos ver que la relación filial de la que Jesús ha tomado plena conciencia ha iluminado de tal manera su mirada, que le ya era imposible confundir a Dios con los falsos ídolos que le presenta el tentador: un dios en busca de un mago y no de un Hijo; un dios contaminado por las vacías pretensiones de lo peor de la condición humana: poseer, brillar, hacer ostentación de poder, ejercer dominio.
En la escena de las tentaciones vemos a Jesús reaccionando lo mismo que a lo largo de toda su vida: aferrado y adherido afectivamente a lo que va descubriendo como el querer de su Padre: la vida abundante de los que ha venido a buscar y salvar. No ha venido a preocuparse de su propio pan, sino de preparar una mesa en la que todos puedan sentarse a comer. No ha venido a que le lleven en volandas los ángeles, a acaparar fama y "hacerse un nombre", sino a dar a conocer el nombre del Padre y a llevar sobre sus hombros a los perdidos, como lleva un pastor a la oveja extraviada. No ha venido a poseer, a dominar o a ser el centro, sino a servir y dar la vida.
Lo que "salva" a Jesús de caer en los engaños del tentador es su excentricidad, su estar referido al Padre y a su Palabra, y desde ese Centro recibirá el impulso de abandonar del desierto, y se dejará llevar por la corriente de aproximación de Dios comenzada en la encarnación. A partir de ese momento, lo veremos caminando por Galilea, entrando en relación, anunciando el Reino, creando comunidad, buscando colaboradores, acercándose a la gente, contactando, entrando en casas, acogiendo, curando, enseñando:
"Jesús recorría Galilea entera, enseñando en aquellas sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad del pueblo. Se hablaba de él en toda Siria: le traían enfermos con toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania." (Mt 4, 23-25)

Mateo, tan aficionado a presentar el cumplimiento de las promesas proféticas, parece estarnos recordando las palabras de Isaías anunciando la llegada de los tiempos mesiánicos: "el niño jugará en el agujero del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente" (Is 11,8). La enfermedad y de la posesión diabólica eran ámbitos de impureza, de oscuridad y de muerte pero Jesús se introduce en ellos con la misma "inconsciencia" y falta de miedo del niño de la profecía de Isaías.
Como si el arresto de Juan, en vez de atemorizarle o silenciarle, le hubiera dado motivación y energía para ponerse a anunciar el Reino. Mateo no nos hablará de su miedo ("se hizo igual a nosotros menos en el pecado...") hasta el huerto de Getsemaní (Mt 26,38).

Invitados a la danza de lo ex-céntrico
Giro y vuelta, parece proponernos el evangelio de este domingo: dad un brinco fuera del espacio estrecho y asfixiante de lo que os atrae como el remolino de un sumidero, y sólo os permite girar en círculo, repitiendo siempre las mismas ideas, las mismas preocupaciones, las mismas imágenes sobre vosotros y sobre Dios.
Escapad de ese falso centro que os promete la posesión de las cosas, reíos de vuestra propensión a trepar a los "aleros del templo" para atraer desde allí admiración o buena opinión de la gente, porque casi nadie levanta la mirada hacia arriba y prefiere mirar los escaparates o la TV.
No os empeñéis en plantar la banderita de vuestro nombre en la cima de algún monte, ni os fatiguéis aparentando parecer lo que no sois. Dejad que Jesús, el "archegós", el iniciador de vuestra fe, os conduzca hacia el Dios a quien él conoció en el desiertoun Dios que no exige de vosotros proezas ni gestos espectaculares, sino solamente vuestra confianza y vuestro agradecimiento. Un Dios que os dirige su Palabra no para imponeros obligaciones o para denunciar vuestros pecados, sino para alimentaros y haceros crecer. Un Dios al que no encontraréis en los lugares de prepotencia o de la posesión, sino en los de la pobreza y la exclusión.

Dejaos bautizar por el nombre nuevo que El ha soñado para vosotros desde toda la eternidad. Acoged con asombro agradecido que os diga: Tú eres mi hijo, te he llamado por tu nombre, tu eres mío. Tu vida no está programada desde el mercado, ni eres una fotocopia del consumidor ejemplar, no eres un "ciudadano NIF", ni un espectador, ni un súbdito del rey Euro. Eres alguien bendecido, eres mi hijo amado. No eres clónico de nadie, eres único y el Pastor te reconoce por tu nombre
.
Y aprended también del Maestro a poneros en camino en dirección a los otros. Lo mismo que él, acortad distancias, tended manos, invertid en relaciones, haceos amigos, liberaos de cosas y enganchaos a personas, discurrid cómo incluir, incorporar y tejer redes y disfrutad al sentaros con otros en el banquete de la vida.
Toma un momento para preguntarte,
  1. ¿Cómo te sientes?
  2. ¿Cómo te fue en este rato de oración?
  3. ¿Te sentiste movido, o impulsada a algo?
  4. ¿Has sentido en otros momentos impulsos (Ignacio de Loyola, las llamaba “mociones”) similares? 
  5. ¿Logras ver una dirección en todas estas mociones?¿Cuál es, hacia dónde va, por dónde pasa?
  6. Si lo crees oportuno, anota lo que consideres más importante, siempre distinguiendo lo que refleja lo vivido en el rato de oración y lo que es una elaboración posterior.



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