sábado, 28 de abril de 2012

Taller de Liderazgo Ignaciano 
Ciudad de Corrientes
Disertan Mariana Bayo y Maria Laura Eder


Canal en vivo
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Archivos de las sesiones
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Archivos utilizados en las presentaciones Powerpoint
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sábado, 7 de abril de 2012

Domingo de Pascua. Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana

DOMINGO 1º DE PASCUA

Jn 20, 1-9 (El sepulcro vacío)
Entonces entró también el otro discípulo, y vio y creyó”.





SI NOSOTROS NO RESUCITAMOS, NUESTRA FE ES VANA
          
La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno que nada nos dice de lo que estamos celebrando. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe en una connotación de vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en cada uno de nosotros.
        
La exégesis lleva muchos años aportándonos elementos de juicio que pueden ayudarnos a interpretar lo que quieren decir los textos. Reconozco que su principal tarea es negativa, es decir, nos indica los errores que hemos cometido al interpretar los relatos, por no tener en cuenta la manera de hablar de la época. Pero aún así, sus aportaciones son valiosísimas, porque nos obligan a intentar nuevas maneras de entender los textos, que pueden acercarnos al verdadero sentido de lo que nos quiere decir el NT.
        
La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido completamente distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica.

El evangelio de Juan lo explica muy bien en el diálogo de Jesús con Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.
        
Cuando el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse qué pasó con el grano. La Vida que los discípulos descubrieron en Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.
        
Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección,  que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, que no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida era contingente, limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver, no tiene nada que ver con la vida.
        
Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Pero pensemos que un Jesús en cuerpo, saltando de la ceca a la meca, atravesando paredes y puertas cerradas, para colocarlo después en el cielo a la derecha de Dios, no nos serviría de gran cosa. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir, vacía.

Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer a la muerte biológica, porque no la puede afectar para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu, para que permanezca nuestra carne!

Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos sólo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase nada de ella, ni el recuerdo. Por esta razón es muy problemático el relato de un entierro de Jesús por unos desconocidos. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo, vieron como se hacía trizas su persona. Aquel en quien habían puesto todas sus esperanzas, había terminado aniquilado por completo. Por eso la experiencia de que seguía vivo, fue para ellos una verdadera resurrección.

Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús, la divina, no puede ser afectada por la muerte física, y por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural es la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso, que no es de destrucción sino de maduración.

Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero desplegado en todas sus posibilidades de ser, que antes sólo eran germen.




Meditación-contemplación

Si no he resucitado, mi fe sigue siendo vana.
Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo.
Es sólo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.
También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.
………………..

No se trata de morir físicamente,
ni de una resurrección corporal.
Como Jesús tengo que morir al egoísmo
y nacer en el Espíritu al verdadero amor a los demás.
…………

Día a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día a día tengo que nacer a lo divino.
Ni muerte ni resurrección terminan mientras viva.
Pero cuanto más muera, más Vida habré conseguido.
………………………….



Fray Marcos 
Fuente: www.feadulta.com
Republicacion autorizada: Rafael Calvo Beca

Vigilia Pascual

Evangelio
Mc 16, 1-7 (Las mujeres en el sepulcro)




El centro de esta vigilia no es un cuerpo, ni muerto ni vivo, sino el fuego y el agua. Ya tenemos la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la liturgia más importante de todo el año. Fuego y agua son los dos elementos indispensables para la vida.


  • ·         Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no puede haber vida: luz y calor.
  • ·         El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo. El 80% de cualquier ser vivo, incluido el hombre, es agua.


Recordar nuestro bautismo es la clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy, fuego y agua simbolizan a Jesús porque le recordamos VIVO y comunicando Vida. Este es el centro de la experiencia pascual.      
        
La vida que esta noche nos interesa, no es la física, ni la síquica, sino la espiritual y trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas vidas, nos hemos armado un buen lío con la resurrección de Jesús.

La vida biológica no tiene ninguna importancia para la realidad que estamos tratando. “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”.

La síquica tiene importancia, porque es la que nos capacita para alcanzar la espiritual. Solo el ser humano, que es capaz de conocer y de amar, puede acceder a la Vida divina. Nuestra conciencia individual tiene importancia sólo como instrumento, como vehículo para alcanzar la Vida definitiva. Una vez que se llega a la meta, el vehículo es abandonado por inútil.

Lo que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva que es la Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna.

Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero creo que no es hoy el más adecuado para expresar esa realidad divina. Inconscientemente lo aplicamos a la vida biológica y sicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es decir descubrir por los sentidos. Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando.

Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad. Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de fe.

Para los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren que tiene que estar él VIVO. Sólo a través de la vivencia personal podemos aceptar la resurrección.
        
Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la Vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Cristiano es el que está constantemente muriendo y resucitan­do. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina.

Tenemos del bautismo una concepción estática que nos impide vivirlo. Creemos que hemos sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro que permanece por sí mismo.

Para descubrir el error, hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento. Todos los sacramentos están constituidos por dos realidades: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios que está fuera del tiempo.

En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que significamos para hacerla presente y vivirla. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí, pero alcanzar y vivir lo significado es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la Vida de Dios que es AMOR, es superando el ego-ísmo, es decir amando.


Fray Marcos 
Fuente: www.feadulta.com
Republicacion autorizada: Rafael Calvo Beca

viernes, 6 de abril de 2012

Viernes Santo: LA CRUZ, PRUEBA DEFINITIVA DEL AMOR

Viernes Santo
Evangelio:
http://www.feadulta.com/T-Ev-Jn-18+19.htm
Tú lo dices: soy Rey. Yo he nacido para ser testigo de la verdad.

LA CRUZ, PRUEBA DEFINITIVA DEL AMOR
Las tres partes en que se divide la liturgia de este viernes, expresan perfectamente el sentido de la celebración.
• La liturgia de la palabra nos pone en contacto con los hechos que estamos conmemorando y su anuncio profético en el AT.
• La adoración de la cruz nos lleva al reconocimiento de un hecho insólito que tenemos que tratar de asimilar y desentrañar.
• La comunión nos recuerda que la principal ceremonia litúrgica de nuestra religión, es la celebración de una muerte; no porque ensalcemos el sufrimiento y el dolor, sino porque descubrimos la Vida, incluso en lo que percibimos como muerte.
Se han dicho tantas cosas y tan disparatadas sobre la muerte de Jesús, que no es nada fácil hacer una reflexión sencilla y coherente sobre su significado. Se ha insistido, y se sigue insistiendo tanto en lo externo, en lo “folklórico”, en lo sentimental, que es imposible olvidarnos de todo eso e ir al meollo de la cuestión.
No debemos seguir insistiendo en el sufrimiento. No son los azotes, ni la corona de espinas, ni los clavos, lo que nos salva. Muchísimos seres humanos has sufrido y siguen sufriendo hoy más que Jesús. Tampoco se debe a una hipotética “voluntad de Dios”. Menos aún “sucedió para que se cumplieran las Escrituras”.
Lo que nos marca el camino de la plenitud humana (salvación) es la actitud interna de Jesús, que se manifestó durante toda su vida en el trato con los demás. Ese amor manifestado en el servicio a los demás, es lo que demuestra su verdadera humanidad y, a la vez, su plena divinidad. Mientras el cristianismo siga siendo un ropaje exterior, nos podemos sentir abrigados y protegidos, pero no nos cambia interiormente; y por tanto no nos salva.
Si Jesús hubiera muerto de viejo y en paz, no hubiera cambiado nada de su mensaje y de las exigencias que se derivan de él. Si a todo lo que vivió y predicó, hubieran respondido los dirigentes religiosos de su tiempo con honores y reconocimiento, en vez de responder dándole muerte, la importancia salvadora de su vida hubiera sido la misma.
¿Qué añade su muerte a la buena noticia del evangelio? Aporta una increíble dosis de autenticidad. Sin esa muerte y sin las circunstancias que la envolvieron, hubiera sido mucho más difícil para los discípulos, dar el salto a la experiencia pascual. La muerte de Jesús es sobre todo un argumento definitivo a favor del AMOR. En la muerte, Jesús dejó absolutamente claro, que el amor era más importante que la misma vida. Aquí podemos y debemos encontrar el verdadero sentido de esa muerte.
La muerte de Jesús en la cruz, como resumen y colofón que fue de toda su vida, nos lo dice todo sobre su persona. También nos dice todo sobre nosotros mismos, si nuestro modelo de ser humano es el mismo que tuvo él. Además nos lo dice todo sobre el Dios de Jesús, y sobre el nuestro si es que es el mismo.
Sobre Jesús nos dice que fue plenamente un ser humano. Que en él, la encarnación fue absoluta. Una trayectoria humana que comenzó naciendo, como la de todos los hombres, nos demuestra que las limitaciones humanas, incluida la muerte, no impide al hombre alcanzar su plenitud. Esa plenitud la puso él en el amor incondicional y total. Pero todo eso lo tuvo que aprender aceptando las limitaciones y miserias de toda vida humana.
La buena noticia de Jesús fue que Dios es amor. Pero ese amor se manifiesta de una manera insospechada y desconcertante. El Dios manifestado en Jesús es tan distinto de todo lo que nosotros podemos llegar a comprender, que, aún hoy, seguimos sin asimilarlo. Como no aceptamos un Dios que se da infinitamente y sin condiciones, no acabamos de entrar en la dinámica de relación con Él que nos enseñó Jesús.
El tipo de relaciones de toma y daca, que desplegamos entre nosotros los humanos, no puede servir para aplicarlas al Dios de Jesús. Por eso el Dios de Jesús nos desconcierta y nos deja sin saber a qué atenernos.
Un Dios que siempre está callado y escondido, incluso para una persona tan fiel como Jesús, ¿qué puede aportar a mi vida? Es realmente difícil confiar en alguien que no va a manifestar nunca lo que es. Es muy complicado tener que descubrirle en lo hondo de mi ser, pero sin añadir nada a mi ser, sino constituyéndose en la base y fundamento de mi ser, o mejor que es parte de mi ser en lo que tiene de fundamental.
Nos descoloca un Dios que es impasible al dolor humano, sin darnos cuenta que al aplicar a Dios sentimientos le estamos haciendo a nuestra propia imagen. Naturalmente, al hacerlo, nos estamos fabricando nuestro propio ídolo. Nuestra imagen de Dios, siempre tendrá algo de ídolo, pero nuestra obligación es ir purificándola cada vez más.
Un Dios que nos exige deshacernos, disolvernos, aniquilarnos en beneficio de los demás, no para tener en el más allá un “ego” más potente (los santos), sino para quedar incorporados a su SER, que es ya ahora nuestro verdadero ser, no puede ser atrayente para nuestra conciencia de individuos y de personas.
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece solo, pero si muere da mucho fruto”. Este es el nudo gordiano que nos es imposible desenredar. Este es el rubicón que no nos atrevemos a pasar.
La cruz también nos dice todo sobre el hombre, la muerte de Jesús deja claro que su objetivo es imitar a Dios. Si Él es Padre, nuestra obligación es la de ser hijos. Ser hijo es salir al padre, imitar al padre de tal modo que viendo al hijo se descubra y se conozca perfectamente cómo es el padre. Esto es lo que hizo Jesús, y esta es la tarea que nos dejó, si de verdad queremos ser sus seguidores.
Pero el Padre es amor, don total, entrega incondicional a todos y en todas las circunstancias. ¡Demasiado para el cuerpo! No solo no hemos entrado en esa dinámica, la única que nos puede asemejar a Jesús, sino que vamos en la dirección contraria, no solo en la vida terrena, sino que hemos metido nuestra religión y a nuestro Dios en la estrategia de nuestro egoísmo, buscando incluso seguridades para el más allá.
A ver si tenemos claro esto. La muerte en la cruz no fue un mal trago que tuviera que pasar Jesús para alcanzar la gloria. Se trata de descubrir que la suprema gloria de un ser humano es hacer presente a Dios en el don total de sí mismo, sea viviendo, sea muriendo para los demás.
Dios está únicamente donde hay amor. Si el amor se da en el gozo, allí está Él. Si el amor se da en el sufrimiento, allí está Él también. Se puede salvar el hombre sin cruz, pero nunca se puede salvar sin amor. Lo que aporta la cruz, es la certeza de que el amor es posible, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar. No hay excusas.
El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave para compren­der que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. Lo esencial no es la muerte, sino la actitud fundamental de Jesús que le llevó a una fidelidad a toda prueba.
El hecho de que le mataran, podría no tener mayor importancia; pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundi­dad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.
Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante puede decir: "Yo y el Padre somos uno". En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios. Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte.
Si seguimos pensando en un dios de “gloria” ausente del sufrimiento humano, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús. Si pensamos que por un instante Dios abandonó a Jesús, tenemos todo el derecho a pensar que Dios tiene abandonados a todos los que están hoy sufriendo en parecidas circunstancias. Eso sería terrible. Dios no puede abandonar al hombre, y menos al que sufre.
Al adorar la cruz esta tarde debemos ver en ella el signo de todo lo que Jesús quiso trasmitirnos. Ningún otro signo abarca tanto, ni llega tan a lo hondo como el crucifijo. Pero no podemos tratarlo a la ligera. Poner la cruz en todas partes, incluso como adorno, no garantiza una vida cristiana. Tener como signo religioso la cruz, y vivir en el más refinado de los hedonismos, indica una falta de coherencia que nos tendría que hacer temblar.
Creo que aún tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros. Su muerte es el resumen de su actitud vital y por lo tanto, en ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida.
Se trata de una muerte que lleva al hombre a la verdadera Vida. Pero no se trata de la muerte física, sino de la muerte al “ego”, y por lo tanto a todo egoísmo. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica.
Si nuestro "falso yo" sigue siendo el centro de nuestra existencia, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús; y tampoco tendrá sentido celebrar su “resurrección”.
Fray Marcos 
Fuente: www.feadulta.com
Republicacion autorizada: Rafael Calvo Beca

jueves, 5 de abril de 2012

Jueves Santo: UNA LECCIÓN SIMPLE E INEQUÍVOCA

El tema central del Triduo Pascual es el AMOR.

Por Fray Marcos
· El Jueves se manifiesta en los gestos y palabras que lleva a cabo Jesús en la entrañable cena.
· El Viernes queda patente el grado supremo de amor al dar la vida por no renunciar al bien del hombre.
· El Sábado, celebramos la Vida que surge de ese Amor incondicional.

En la liturgia de estos días intentamos manifestar de manera plástica, la realidad del amor supremo que se manifestó en Jesús. Lo importante no son los ritos, sino el significado que estos encierran.

La liturgia del Jueves Santo está estructurada en torno a la última cena. La lectura del evangelio de Juan nos debe hacer pensar. Se aparta tanto de los sinópticos que nos llama la atención que no mencione la fracción del pan, pero en su lugar nos narra una curiosa actuación de Jesús que nos deja desconcertados.

Si el gesto sobre el pan y el vino, tuvo tanta importancia para la primera comunidad, ¿por qué la omite Juan? Y si realmente Jesús realizó el lavatorio de los pies, ¿por qué no lo mencionan los tres sinópticos?

No es fácil resolver estas cuestiones, pero tampoco debemos ignorarlas o pasarlas por alto a la ligera. Seguiremos haciendo sugerencias, mientras los exegetas no lleguen a conclusiones más o menos definitivas.

Sabemos que fue una cena entrañable, pero el carácter de despedida, se lo dieron después los primeros cristianos. Seguramente en ella sucedieron muchas cosas que después se revelaron como muy importantes para la primera comunidad cristiana. El gesto de partir el pan y de repartir la copa de vino, era un gesto normal que el cabeza de familia realizaba en toda cena pascual. Lo que pudo añadir Jesús, o añadieron luego los primeros cristianos, es el carácter de símbolo de su propia vida.

El gesto de lavar los pies es algo muy diferente. Era una tarea exclusiva de esclavos. A nadie se le hubiera ocurrido que Jesús hiciera semejante servicio, si no hubiera acontecido algo similar. Es una acción mucho más original, pero también de mayor calado que el partir el pan. Seguramente, en las primeras comunidades se potenció la fracción del pan, por ser más sencilla.

Poco a poco se le iría llenando de contenido sacramental hasta llegar a significar la entrega total de Jesús. Pero esa misma sublimación llevaba consigo un peligro: convertirla en un rito estereotipado que a nada compromete. Aquí veo yo la razón por la que Juan se olvida de la fracción del pan y recupera el gesto de lavar los pies. La explicación que da de la acción, lleva directamente al compromiso con los demás y no es fácil escamotearlo.

Parece demostrado que para los sinópticos, la Última Cena es una comida pascual. Para Juan no tiene ese carácter. Jesús muere cuando se degollaba el cordero pascual, es decir el día de la preparación. La cena se tuvo que celebrar la noche anterior. Esta perspectiva no es inocente, porque Juan insiste, siempre que tiene ocasión, en que la de Jesús es otra Pascua.

Identifica a Jesús con el cordero pascual, que no tenía carácter sacrificial, sino que era el signo de la liberación. Jesús el nuevo cordero, es signo de la nueva liberación.

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Se omite toda referencia de lugar y a los preparativos de la cena. Va directamente a lo esencial. Lo esencial es la demostración del amor.

“Hasta el extremo” (eis telos) = en el más alto grado, hasta alcanzar el objetivo final. Manifestó su amor durante toda su vida, ahora va a manifestarlo de una manera total y absoluta. “Había amado... y demostró su amor hasta el final”, dos aspectos del amor de Dios manifestado en Jesús: amor y lealtad, (1,14) amor que no se desmiente ni se escatima.

Se levantó de la cena, dejó el manto y tomando un paño, se lo ató a la cintura. No se trata en Juan de la cena ritual pascual, sino de una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido, porque había roto con las instituciones de la Antigua Alianza. Dejar el manto significa dar la vida. El paño (delantal, toalla) es símbolo del servicio. Manifiesta cuál debe ser la actitud del que le siga: prestar servicio al hombre hasta dar la vida como Él.

Juan pinta un cuadro que debe quedar grabado para siempre en la mente de los discípulos. Esa última acción de Jesús con los suyos tiene que convertirse en norma para la comunidad. El amor es servicio concreto y singular a cada persona.

Se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido. El lavar los pies era un signo de acogida o deferencia. Solo lo realizaban los esclavos o las mujeres. Lavar los pies en relación con una comida, siempre se hacía antes, no durante la misma. Esto muestra que lo que Jesús hace no es un servicio cualquiera.

Las comidas festivas se realizaban reclinados a la mesa sobre el brazo izquierdo, y utilizando el derecho para coger los alimentos. Los pies quedaban, hacia fuera. Jesús solo tenía que recorrer el círculo de lechos para ir lavándolos.

Al volver a mencionar el paño, indica la importancia del simbolismo. Lo mismo que el no mencionar que se lo quita, indica una actitud definitiva.

Al ponerse a los pies de sus discípulos, echa por tierra la idea de Dios creada por la religión. El Dios de Jesús no actúa como Soberano, sino como servidor del hombre. En la comunidad que va a fundar, son todos señores libres, y todos servidores. El verdadero amor hace libres. Jesús se opone a todo poder opresor. En la nueva comunidad todos deben estar al servicio de todos, imitando a Jesús, que a su vez, ha imitado al Padre. La única grandeza del ser humano es ser como el Padre, don total y gratuito para los demás.

El episodio de Pedro negándose, es toda una explicación de lo inaceptable de la situación. Nadie en su sano juicio podía aceptar que el Maestro realizara una tarea de esclavo. De alguna manera quiere justificar la incomprensión de todos.

“Se recostó de nuevo”, símbolo de hombre libre. El servicio no anula la condición de hombre libre, al contrario, da la verdadera libertad y el verdadero señorío.

¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? La pregunta quiere evitar cualquier malentendido. Tiene un carácter imperativo. Comprended bien lo que he hecho con vosotros, porque estas serán las leñas de identidad de la nueva comunidad.

Vosotros me llamáis “Maestro” y “Señor”, y con razón, porque lo soy. Esta explicación que el evangelista pone en boca de Jesús, nos indica hasta qué punto es original esa actitud. Juan es muy consciente de la diferencia entre Jesús y ellos. Lo que quiere señalar es que esa diferencia no crea rango de ninguna clase. Las dotes o funciones de cada uno no justifican superioridad alguna. Los hace iguales y deben tratarse como iguales. La única diferencia es la del mayor o menor amor manifestado en el servicio. Esta diferencia nunca eclipsará la relación personal de hermanos, todo lo contrario, a más amor, más servicio.

Llamarle Señor es identificarse con él, llamarle Maestro es aprender de él, pero no doctrinas, sino su actitud vital. Sienten la experiencia de ser amados, y así amarán con un amor que responde al suyo.

Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Reconoce los títulos, pero les da un significado completamente nuevo. Es “Señor”, no porque se imponga, sino porque manifiesta el amor, amando como el Padre. Su señorío no suprime la libertad, sino que la potencia. El amor ayuda al ser humano a expresar plenamente la vida que posee.

Os dejo un ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Los sinópticos dicen, después de la fracción de pan: “Haced esto para acordaros de mí”. Es exactamente lo mismo, pero en el caso del lavatorio de los pies, queda mucho más claro el compromiso de servir. Lo que acaba de hacer no es un gesto momentáneo, sino una norma de vida. Ellos tienen que imitarle a él como él imita al Padre. Ni hay alternativa ni escapatoria. Ser cristiano es imitar a Jesús en un amor que tiene que manifestarse siempre en el servicio a todos los hombres.

Es una pena que una vivencia tan profunda se haya reducido a celebrar hoy el día de la “caridad”. Hemos devaluado hasta tal punto el mensaje, que tranquilizamos nuestra conciencia con un donativo de algo externo a nosotros, siempre de lo que me sobra, o por lo menos, que en nada compromete mi nivel de vida. Podemos aceptar que no seamos capaces de seguir a Jesús, pero no tiene sentido engañarnos a nosotros mismos con ridículos apaños.

Celebrar la eucaristía es comprometerse con el gesto y las palabras de Jesús. Él fue pan partido y preparado para ser comido. Él fue sangre (vida) derramada para que cuantos encontró a su paso la tuvieran también.

Convertir la eucaristía en un rito mágico, que va a producir en mí efectos automáticos, es hacerme falsas ilusiones sin fundamento en el evangelio. Jesús promete y da Vida definitiva al que es capaz de seguirle por el camino que nos marcó.

Toda la plenitud de Vida que él desplegó, la misma Vida de Dios, la comunica a todo el que acepta su mensaje. No al que es perfecto, sino al que, con autenticidad, se esfuerza por imitarle en la preocupación por el hombre, aunque en el camino tropiece.