lunes, 16 de julio de 2012

31 Días con San Ignacio - 14 de Julio - Dios quiere nuestra amistad


31 Días con San Ignacio

Bienvenido a 31 Días con San Ignacio, una celebración de un mes de duración de Espiritualidad Ignaciana. En honor de la fiesta de San Ignacio de Loyola el 31 de Julio, ofreceremos una selección de artículos, Blogs y videos para ayudarte a explorar las riquezas de la Espiritualidad Ignaciana.  




Dios quiere nuestra amistad


Por William A. Barry, SJ
De “Una amistad como ninguna otra: La experiencia del abrazo de Dios”

En su evocador poema «Maravilla primaria» (Primary Wonder), Denise Levertov escribe:


«Hay días que pasan en los que se me olvida el misterio.
Problemas insolubles, y problemas que ofrecen
sus propias soluciones ignoradas
compiten por mi atención, agolpadas en la antecámara
junto a un sinfín de diversiones, mis cortesanos,
que visten sus coloridas vestimentas,
sombreros y campanillas.

Y entonces
una vez más el silencioso misterio
se me hace presente, el clamor de la multitud
se aleja: el misterio
de que hay algo, siquiera algo,
por supuesto el cosmos, la alegría, el recuerdo,
cualquier cosa
en vez del vacío: y eso, oh Señor,
Creador, Santo, Tú inmóvil,
hora tras hora lo mantienes».

No hay que sorprenderse de que frecuentemente prefiramos un sinfín de diversiones y el clamor de la multitud; porque las preguntas que surgen cuando las diversiones se desvanecen, son verdaderamente abrumadoras. ¿Cómo es que existe algo? ¿Por qué nos mantiene Dios? y ¿Cuánto durará?
En este libro yo me enfrentaré con otra pregunta igualmente abrumadora: ¿qué pretende Dios al crearnos? Mi respuesta es que lo que Dios quiere es nuestra amistad. Para anticipar objeciones inmediatas, déjame asegurarte que no pretendo decir que Dios se sienta solo y que por eso necesita nuestra amistad. Esto sería una idea romántica y heterodoxa que, en última instancia, hace a Dios increíble. No. Yo mantengo que Dios, no porque tenga necesidad de nosotros, sino por la abundancia de una vida divina de relación, desea que los humanos existan únicamente por amistad,

Esta tesis podría sonar extraña, porque va en contra de mucho de lo que se enseña sobre Dios. Con sinceridad tengo que admitir que yo mismo dudé cuando comencé a pensar en ella seriamente. Te advierto que he estado escribiendo durante muchos años sobre la oración como relación personal con Dios, he mantenido que Dios quiere tener esa relación personal con nosotros, y he acudido a la analogía de un lazo entre dos personas para describir el desarrollo de nuestra relación con Dios. Pero la idea de que Dios quiera nuestra amistad no se sigue necesariamente de todo eso. Siempre que esa idea asomaba la cabeza, la descartaba como una fantasía que no podía tomarse en serio. Después de todo, también yo he sido educado con la respuesta clásica del catecismo: «Dios nos ha creado para conocerlo, amarlo y servirlo en este mundo, y ser feliz con Él en el siguiente». Hasta donde puedo recordar, nadie interpretaba esta definición en el sentido deque Dios quisiera nuestra amistad.
En el curso de estos últimos años, sin embargo, a medida que mi relación con Dios ganaba en profundidad y, al mismo tiempo, oía lo que otros me comunicaban de cómo se relacionaba Dios con ellos, me he convencido de que la mejor analogía para manifestar el tipo de relación que Dios quiere tener con nosotros es la amistad. Comencé a usar este lenguaje en conferencias y artículos, y encontré que tenía eco en otros. Espero que también tú encuentres esta resonancia y llegues a fiarte de ella completamente.
No puedo pensar en nada que me pudiera proporcionar tanta satisfacción como saber que tú y muchos otros habéis llegado a encontrar un Dios que es «mejor de lo que dicen de él» como mi madre, irlandesa, me dijo una vez. Creo que también Dios estaría contento.

El miedo o la amistad?


Pero para fiarnos de esta experiencia de Dios como amigo tenemos que pasar por encima de nuestros sentimientos de temor de Dios. La enseñanza con respecto a Dios que la mayoría de los cristianos de cierta edad recibieron en su niñez induce más al temor de Dios que a fomentar los sentimientos que causa en nosotros el término amigo. Todavía me encuentro hoy con más personas que temen a Dios que con personas que tengan sentimientos de amistad y cariño hacia Él. ¿ Figura en tu experiencia de la enseñanza y la práctica religiosa en las que te formaste la idea de amistad con Dios? Sospecho que no.

Tal idea, sin embargo, tiene una larga tradición. Se puede defender por su ortodoxia o, quizá, como la mejor lectura de la progresiva revelación de Dios en la Biblia. Me animé a comenzar este libro, después de muchos intentos fallidos, cuando leí el libro de L. Carmichael titulado  Friendship: Interpreting Christian Love, un libro de gran erudición que prueba la existencia de una larga tradición en la que se identifican los términos caritas (amor o caridad) con amistad, y así define a Dios como amistad. Bastarán dos ejemplos de esta tradición citados por Carmichael. Elredo, el abad cisterciense de Rievaulx, en el siglo XII, propuso su variante de Juan «Dios es amor» (1 Jn 4,16): «¿Diré... Dios es amistad?». Un siglo más tarde, Tomás de Aquino definió caritas como amistad con Dios.

Ambos escritores conocían el texto de la primera carta de Juan en su forma latina: Deus caritas est.

Una idea cuyo tiempo ha llegado


Esta noción de amistad con Dios parece haber crecido y decrecido en popularidad a lo largo de la historia. Es posible que predicadores y maestros de religión teman que aceptar la idea de la amistad con Dios pueda llevar a una desaparición del sentido del misterio y del temor reverencial de Dios, y que por eso duden proponerla. Pero yo estoy convencido, como Carmichael, de que es una idea a la que le ha llegado su momento, y por bien del futuro del mundo, cuanto antes lo hagamos, mejor, como espero que quede claro conforme avancemos en nuestra exploración. Porque, por un lado, en muchas personas a las que he conocido, el miedo a Dios ha cerrado la puerta a una relación más íntima con Dios, y la idea de amistad les atrae. Por otra parte, la amistad con Dios nos abre a un círculo cada vez más amplio de amigos, porque al adoptarla caemos en la cuenta de que el deseo de Dios de amistad incluye a todas las personas. Como he dicho, gran parte de nuestra enseñanza acerca de Dios ha puesto el acento en el temor de Dios. El salmista escribe: «El temor de Dios es el comienzo de la sabiduría» (Sal 111,10). Pero el temor de Dios que ensalza el salmo no se parece en nada al temor infundido por la enseñanza de la religión que lleva a la gente a mantenerse a distancia de Dios. Los salmos, sin duda, no fueron escritos para mantener a la gente alejada de Dios. Pero, así como en los medios de comunicación las malas noticias se difunden más rápidamente que las buenas, el fuego y el azufre del infierno hacen la predicación y la enseñanza más convincente. Pero una predicación y enseñanza de este tenor, creo yo, defrauda a Dios y nos defrauda también a nosotros.

El lado oscuro del miedo


El énfasis en el fuego y el azufre del infierno puede tener un saludable efecto en la vida espiritual durante algún tiempo, pero se puede alegar que los efectos a largo plazo dejan mucho que desear, especialmente cuando las amenazas dejan de ser eficaces. Lo atestigua lo que ha ocurrido con la práctica del sacramento de la reconciliación (conocido como «confesión» hasta el Concilio Vaticano II) entre los católicos. Tan pronto como los católicos supieron, después del Concilio Vaticano II, que no iban a ir al infierno tan fácilmente como se les habían enseñado, y que la confesión era necesaria sólo si habían cometido pecados graves, abandonaron la confesión en gran número y no han vuelto, a pesar de los denodados esfuerzos de obispos y sacerdotes y de los beneficios reales que pueden derivarse de este rito tan consolador. Si el principal argumento para hacer cumplir una cierta práctica religiosa es el miedo, esa práctica desaparecerá cuando el temor desaparezca, y será muy difícil recuperarla después.


Aún peor: el énfasis en el fuego y el azufre hace un flaco servicio al nombre de Dios. La Biblia se puede leer como la historia de la progresiva revelación de Dios; un Dios compasivo. El uso que hizo Jesús de la cariñosa palabra Abba, «querido Padre», para hablar de Dios es la culminación de esta progresiva revelación.

El «temor del Señor», que es el comienzo de la sabiduría, es la saludable constatación de la majestad de Dios. Dios es fascinante, abrumador, capaz de infundir terror, como dice el teólogo R. Otto1 . Pero supongamos por un momento que Dios, que es Misterio en sí –majestuoso, terrible, inasequible a nuestro entendimiento– quiere nues tra amistad. En este caso, el comienzo de la sabiduría bien podría ser la aceptación de la oferta de amistad por parte de Dios, aun cuando el aceptarla nos intimide, nos desafíe e incluso pueda atemorizarnos un tanto.


Una invitación a la amistad


Lo que yo espero que encuentres en este libro es una invitación a entrar en una relación con Dios de amistad y en un diálogo conmigo. En este libro no ofrezco tanto respuestas cuanto sugerencias, y te pido que intentes el acercamiento que sugiero, o bien que reflexiones sobre tus propias experiencias a la luz de mis sugerencias. Espero que esto te ayude a hacerte amigo de Dios; el libro no alcanzaría mi objetivo si lo único que sacas de él son ideas.

En la primera parte del libro examinaré, en primer lugar, la amistad humana como la mejor analogía de lo que Dios quiere de nosotros; para después sugerir algunos ejercicios que te ayuden a esclarecer si la noción de amistad encaja en tu relación con Dios o te animen a probar este modo de relacionarte con Él. En la segunda parte propondré meditaciones relacionadas con las cuestiones y problemas que he tenido que afrontar desde me propuse reflexionar sobre mi convencimiento de que Dios quiere mi amistad. Espero que te sean útiles a la hora de enfrentarte con tus propias preguntas. Finalmente, en la tercera parte, trataré el tema de dónde encontramos a Dios y de cómo distinguir de otras influencias la influencia del Espíritu de Dios en nuestras experiencias.



Al empezar juntos nuestro viaje espiritual, recemos esta oración de San Anselmo de Canterbury con la que se dirigió a Dios al comienzo de una de sus obras teológicas, y con la que yo me encomendé a Dios diariamente mientras escribía este libro:


«Enséñame a buscarte
y revélate a mí mientras busco;
Porque, a menos que me instruyas,
no puedo buscarte;
y, a menos que te reveles,
no puedo encontrarte,
Déjame buscarte al desearte;
déjame desearte al buscarte.
Déjame encontrarte al amarte;
déjame amarte al encontrarte».



WILLIAM A. BARRY, SJ es un experimentado acompañante espiritual. En la actualidad es Instructor de Tercera Probación (una etapa de la formación de los jesuitas) de la Provincia de Nueva Inglaterra, en los Estados Unidos. Ha sido profesor de la Facultad de Teología de la Compañía de Jesús Weston. Entre sus obras traducidas, destacamos ¿Quién decís que soy yo? y Contemplativos en la acción, ambas publicadas en esta editorial.



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